LA CACERÍA DEL SUEÑO SIN SOÑADOR
A Hugo Yori Era un Sueño olvidado en el rincón donde esperan los sueños. Era un Sueño redondo, jugoso y tibio. Tenía grandes aspiraciones. Se imaginaba brotando en la cabeza de un sabio, de una niña novia o de un goleador certero. Creciendo para afuera en una vacuna contra todos los dolores, en amor para siempre, en la copa de un campeonato mundial, en medalla de oro de las últimas Olimpíadas. Pero el tiempo pasaba y nadie lo ocupaba, nadie se ponía a soñar a nuestro Sueño amigo. Hasta que un día, muy triste, una lágrima menuda se abrió paso por su ojo izquierdo, le recorrió la cara y cuando llegó a la comisura de sus labios el Sueño pensó que en ese olvido arrinconado, sólo se estaba poniendo cada vez más y más gordo y resolvió salir de cacería. En una plaza amarilla de yingos bilobas de junio, se encontró con un hombre apresurado. Estaba sentado en un banco. Descansaba apurado de su apuro incontenible. El hombre cabeceaba cansado, pero estaba tan