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Mostrando entradas de junio, 2018

LA CACERÍA DEL SUEÑO SIN SOÑADOR

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A Hugo Yori Era un Sueño olvidado en el rincón donde esperan los sueños. Era un Sueño redondo, jugoso y tibio. Tenía grandes aspiraciones. Se imaginaba brotando en la cabeza de un sabio, de una niña novia o de un goleador certero. Creciendo para afuera en una vacuna contra todos los dolores, en amor para siempre, en la copa de un campeonato mundial, en medalla de oro de las últimas Olimpíadas. Pero el tiempo pasaba y nadie lo ocupaba, nadie se ponía a soñar a nuestro Sueño amigo. Hasta que un día, muy triste, una  lágrima menuda se abrió paso por su ojo izquierdo, le recorrió la cara y cuando llegó a la comisura de sus labios el Sueño pensó que en ese olvido arrinconado, sólo se estaba poniendo cada vez más y más gordo y resolvió salir de cacería. En una plaza amarilla de yingos bilobas de junio, se encontró con un hombre apresurado. Estaba sentado en un banco. Descansaba apurado de su apuro incontenible. El hombre cabeceaba cansado, pero estaba tan

EL DESBANDE SE DERRAMÓ EN LOS ANDENES

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El desbande se derramó en los andenes. Las pancartas gritaban ahogadas y un estampido instaló el silencio, apenas; uno chiquito que reventó en clamor con algo de ovación y de replique. Y una mano enguantada sin dueño, como siempre, disparando una chispa y la línea directa, impecablemente recta, invisible, decidida y certera abrió el aire con un silbido de muerte. Buscaba un lugar fijo, sólo uno, ese, el único que le correspondía: su camisa de algodón, la piel; penetró en un punto entre el trapecio y el deltoides, la base de la fosa del omóplato izquierdo, justo allí. Blanda de blanduras, fácil  de facilidades. Encontró el ritmo de la aurícula izquierda retumbando en la humedad de las rojiazules horas pasadas. El cuerpo cimbró apenas. El dolor fue ligero, recuerdo de otros ya calmados. Un cansancio sobre los párpados, en la nuca, bajó a las piernas que se doblaron y minuciosamente se dejó recoger por las baldosas sucias del andén. Alrededor las corridas lentas y mudas, solo las bocas

LA SOMBRA

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Había una vez una Sombra sin destino. En una época había sido Sombra de una columna de alumbrado público que volteó un camión y quedó hecha añicos. La debieron reemplazar. La Sombra aprovechó y comenzó a buscar una existencia más dispuesta a las sorpresas. Resolvió conseguir una forma humana desocupada. Sí a veces  lo lograba por la noche, a la mañana siguiente la desalojaban sin piedad y volvía a su deriva. Buscó en las cavernas, pero allí no se necesitaban sombras. Buscó en las islas tropicales, pero allí las sombras residentes la persiguieron arrojándole cocos y cáscaras de bananas. Buscó en el Polo, el   “País de las sombras largas ”, pero ella no daba la talla. Buscó en las grandes ciudades, pero allí todo andaba a tal velocidad que no podía retener ninguna forma. ¡Hasta escuchó a un hombre que parecía venderlas, porque cantaba: “¡ Sombras nada más... trala,la lala lalala ”! Buscó en la Luna, pero sólo encontró que tenía un inmenso espacio de sombra y allí no había human

CUENTO ECUACIÓN (DESENCUENTRO + ENCUENTRO x 2 =) ...

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a todos los que no llegaron EL MOMENTO DE LUIS Me siento en la Colón y te espero, Laureana. Pido café doble cortado y torta de manzana y te espero. Quizá es temprano. Te espero. Fumo. El humo me hace lagrimear. Llueve. Te espero. Una señora cincuentona, rubia muy pintada me mira. Le sonrío levemente sin propósito. Te espero. Voy al baño. Vuelvo y la señora me pregunta: - ¿Nos conocemos? - No sé, como vengo con frecuencia pensé... –  Sonrío. Vuelvo a mi mesa y te espero. Te espero. La señora aún me mira le sonrío más dispuesto. ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... No viniste. Te cuento que me casé el martes 7 de abril con Leda, una cincuentona rubia muy pintada. EL MOMENTO DE LEDA Hoy te veré, Lisandro. Vuelvo del trabajo tarde, cansada. Me tiro 10 minutos para reponerme. ¡¡Se hicieron 20 minutos!! ¡Es tarde! Me apuro para encontrarnos. Llueve. Corro. Tomo un taxi. ¡Se mojan los frenos! Bajo. Tomo o

BENEDICTO OLIVA

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A Carlos Mujica y Roberto Tedeschi Día gris. En cualquier momento un chaparrón. Benedicto Oliva está sentado en la puerta de su casilla. Toma mate y contempla el escaso movimiento de la villa. La vereda es angosta. Los seis metros frente a su casa están enladrillados. Es la única. Él cuenta con dos privilegios, el asfalto de la calle que baja de la ruta y que en la vereda de enfrente  no hay villa; sólo un muro alto y largo embadurnado de graffitis, palabrotas y sexos de las más originales conformaciones. Ser uno de los vecinos de las orillas lo libra del barro y los senderos angostos surcados por una reducida zanja hedionda y sabandijas de todo tipo; también humanas.  Pero antes no, antes vivía adentro, en el fondo. Ahora que lo piensa le galopa el corazón de gusto. ¡Pudo salir! Adentro el ruido, las cumbias, las peleas, los críos atronándolo todo, los llantos, algún grito ahogado, los jadeos nocturnos; que le crean necesidades molestas que Benedicto rechaza; a s