PASÓ EN MI BARRIO “TOSCANITO” POR HÉCTOR ACOSTA

El hombre parecía no claudicar en su empeño contra el olvido. Y cuando éste parecía insinuarse ya estaba él, aparecido de la nada, sin que nadie lo invocara, como una sombra más en un oscuro rincón del café Crámer. Con su inmemorial traje gris, som­brero de fieltro con cinta que había sido morada, moño negro a medio hacer y un apagado Avanti cortado al medio. Sacaba la guitarra de un manoseado estuche de cartón y como quien no quiere la cosa comenzaba a entonarla sin apuro. Luego se acom­pañaba con su gastada voz, desgranando anacrónicas décimas y letras de canciones ya pasadas de época. Su cadencioso decir se entreveraba con los paganos sonidos del café; “mato y paso…” – “al fondo a la izquierda...”- “pobre mi madre querida…” - “mozo, otra Chisotti” – “Era rubia y sus ojos celestes... oh pulpera que no fuiste mía...” - “contraflor al resto” – “cómo lloran por ti las guitarras... las guitarras de Santa Lucía...” y en la pared, una impúdica mujer exhibe su desnuda figura (abril de 1948)

Y Toscanito seguía dale que dale haciendo oídos sordos al repicar de dados en los cubiletes, al ssssshhh... de la máquina de café express, al restallar de la bolas del billar o las chanzas atrevidas y groseras que la muchachada le hacíamos al viejo guitarrero con reminiscencias de payador. Sin embargo, hoy lo veo claro. De su triste figura emanaba una derrotada humildad que era lo que motivaba la piedad que significaban las monedas del pan diario. Un día, sin que nadie lo notara, se perdió Crámer al fondo... y el olvido se lo tragó con guitarra y todo.

A la vuelta de los años te evoco querido Toscanito, ya con tu misma edad y tus mismos achaques te comprendo ¿Qué drama habrá escondido tu vida para que con una guitarra te enfrenta­ras a la vejez, a la vida y a las burlas en busca del pan diario. Hoy yo, en nombre de todos aquellos locos muchachos te pido el perdón que sé me lo concederás, aunque a mí no me alcance para acallar mi conciencia. Por todo consuelo te imagino, no en el cielo con un arpa ni tañendo un laúd, no, te imagino bajo la comprensiva mirada del Supremo pulsando tu lastimera guitarra sin la necesidad de la limosna diaria... Y cuando vos -amable lector- termines de leer esta evocación, el recuerdo del entraña­ble Toscanito entrará, ya sí, en el definitivo y piadoso olvido.

“Bernales” Héctor Acosta 30 de agosto de 2005

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