TODOS SOMOS MOMENTOS
Aquella mañana del domingo 5 de octubre de 1902, una muchedumbre
enfervorizada se había reunido en el viejo cementerio de Montmartre. Escuchaba
en religioso silencio la palabra de un escritor, joven y ya famoso, a quien
diecinueve años más tarde le sería concedido el Premio Nobel. Era Anatole
France. Su voz cálida y suave al mismo tiempo dejaba resbalar lentamente las
palabras en aquel silencio y frente a aquellos hombres que momentos antes
habían visto cerrarse una tumba sobe el cadáver de uno de los novelistas mas
famosos y discutidos de Francia.
- Envidiémosle - decía el autor de ‘Monsieur Bergeret á Paris’ - Su destino y su corazón le
concedieron la mayor recompensa, fue un momento de la conciencia humana.
Aquel momento había sido Emile Zola.
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