“PASEOS” POR MARCELO MARCOLÍN



Tal vez a través del tiempo se sigan mezclando en la memoria imágenes de ríos y paisajes, como flotando entre horas y días, navegando en una barca sin destino ni timón. Recuerdo de repente, allá en Villa Carlos Paz, peregrinando de piedra en piedra y el Río San Antonio y sus piruetas serranas y aquel elefante gigante-violeta que los cirqueros bañaban en sus delicadas aguas y mi débil estatura a sus pies como tocando lo increíble con mis manos. Quizás sea la visión de los arroyos inconclusos en Tandil, y mi primo en su Gilera remontándome entre colinas y cielos azules - azules.

 Lo cierto es que la imagen más perfecta que guardo, son los paseos a Punta Lara en aquellos veranos inolvidables. Eran los tiempos en que Vietnam agitaba los diarios, los domingos agonizaban con Titanes en el Ring y los jóvenes bailaban al compás del Club del Clan.

Es tan poderoso el recuerdo que hasta los olores permanecen intactos en mi memoria.
Subíamos con mi madre la calle principal de Berazategui hasta la estación. Mi madre tenía un batón marrón con florcitas pequeñas y blancas y en su bolsa bailoteaban pebetes de batata y queso, junto a una botella de leche Prima. Yo llevaba un bolsito gris con un par de ojotas y algún juguete fiel.
Creo que la travesía no era tan extensa, la gente apresurada se trepaba a un pequeño tren con bolsos al hombro, sillas plegables y heladeras de telgopor. Cuando el trencito llegaba a destino, pegábamos un salto hasta el recreo y del recreo al río marrón, el río tibio y mugriento.
Mi madre colocaba los bultos en alguna de aquellas mesas de madera debajo de los sauces, siempre cuidando de las gatas peludas que pululaban por esos lares, intentando la invasión.
Ya en la playa buscaba huequitos de agua cálida y armaba mundos de otros mundos, castillos efímeros de otros mundos o le hacía goles increíbles a un Roma desbordado por Artime.
Mi madre me observaba de cerca y le tenía mucho miedo al agua.
Cuando caía la tarde, con el sol rebotando en nuestras espaldas, pegábamos la vuelta. Cansados bajábamos la calle 14. Un helado de pistacho y chocolate me deleitaba en la pizzería de Quintanilla. Esperábamos a mi padre, que llegaba de trabajar, en la puerta de casa. El llegaba con su inmenso portafolio negro. Yo corría hasta la esquina para recibirlo y en una demostración de que estaba creciendo y cada vez era más fuerte, me ataba a su manija y arrastraba aquel bártulo de cuero repleto de muestrarios de la Enciclopedia Británica y otros libracos que no recuerdo. Mi viejo decía que mi fortaleza se afirmaba día a día y que muy pronto iba a estar en la primera de Independiente, y que iba a ser abogado, y que iba a ser piloto de fórmula uno, y que iba a ser presidente.
El tiempo ha pasado excesivamente veloz. Las predicciones de mi padre nunca se cumplieron y mi madre le sigue teniendo mucho miedo al agua del río.
Yo suelo encontrarme con los recuerdos en las noches en que las estrellas se acercan hasta mi ventana e intento no perderme en el olvido de las horas agitadas. Es una sencilla forma de no perder la memoria y entender que lo que hoy me está pasando en este lugar del mundo es acercarme cada vez más a la felicidad.

Tapa: detalle de "Cuadro Rendtorff" de Nicolás Rendtorff, de la serie Grandes Urbes (Acrílico de 90 cm x 70 cm)

Ilustración Adriano Cavallotti
Compilación Chalo Agnelli
FUENTE
Revista "El Parque", año 1 N° 2 (2004)  Dir. Jorge Contreras
CONSULTAS
Ver en EL QUILMERO del sábado, 3 de diciembre de 2011, “Marcelo Marcolín - No hay silencios, si hay poesía”
Ver en EL QUILMERO del miércoles, 9 de noviembre de 2011, “Marcelo Marcolín (1957-2011) Homenaje al poeta”
Ver RETRATOS EN LA CIUDAD del viernes, 23 de octubre de 2015 “Marcelo Marcolín (Poeta)”
Ver en LAS LETRAS DEL QUILMERO del viernes, 13 de octubre de 2017
“Esa patria tierna y dulce”, por Marcelo Marcolín
Periodismo alternativo en la dictadura http://propuesta77.blogspot.com
http://poesiadelmondongo.blogspot.com/

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