BALDÍO

A Chalo Agnelli
 No es casual que elija este camino. Quiero ver de frente la casa desde la vereda de enfrente. La sombra de los plátanos cae sobre los adoquines y se desparrama por toda la cuadra. Me paro sobre el cordón  y enfrento lo que fue. Espero que pase el 85, una camioneta, dos taxis. Cruzo. La reja se abre al patio de baldosas de  ajedrez. La empujo. El crujido oxidado me golpea. La casa tirita de ausencia. Atravieso la penumbra de persianas herméticas y macetones. Las farolas languidecen entre las columnas flacas de flores de acanto que sostienen la galería. Paso al patio de atrás. Un reflejo ajusticia la sombra en el piso, en cuatro cuadros de luz que salen de la cocina.  Abro la puerta. Olor agrio. Un almanaque de Glostora intenta disuadirme del tiempo que no es. Sentado frente a su plato de sopa aguachenta con galletas trozadas, el viejo me mira con ojos de al fin. En ellos veo mi vida y él ve la suya en los míos. No hablamos. Sólo nos miramos desde el pasado a este presente de terreno baldío, de yuyos, basura y vacío donde estuvo la casa, mi patria, la infancia.
 
Oskar Lambskins

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