“METERME EN LA CAMA Y QUEDARME SIN DORMIR..."
[…] Cuando uno está acostado, se arrebuja la cabeza dentro de un nido que tejemos con los objetos más diversos, una punta de almohada, el borde de las frazadas, un pedazo de chal, el extremo de la cama y un número de los 'Débats Roses' y que terminamos por cimentar todos juntos, según la técnica de los pájaros, apoyándonos indefinidamente en ellos; cuando, en un tiempo glacial, el placer que se siente consiste en saberse separado de lo de afuera (como la golondrina de mar que tiene su nido en el fondo de un subterráneo, en el calor de la tierra) y cuando, habiéndose mantenido toda la noche el fuego en la chimenea, uno duerme dentro de un gran abrigo de aire cálido y humoso, atravesado por los resplandores de los tizones que se encienden, especie de impalpable alcoba, de cálida caverna formada en el seno de la pieza misma, zona ardiente y móvil en sus contornos térmicos, aireada por soplos que nos refrescan la cara y que provienen de los rincones, de las partes próximas a la ventana o alejadas del fuego y que se han enfriado; cuartos de verano en donde a uno le gusta estar unido a la noche tibia, en que el claro de luna apoyado en los postigos entreabiertos tiende hasta el pie de la cama su escala encantada, en que se duerme casi al aire libre, como la veleta que balancea la brisa en la punta de un soporte […]
Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”. Tomo I, “Del lado de Swann”
Traducción de Estela Canto.
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