HASTA NUNCA
Había aprendido a odiarlo con furia, pero en silencio. Caminaba por la casa arrastrando sus pasos de pies grandes y mal calzados. Entre las sombras de la noche le parecía ver su figura endemoniada y su cuello de buitre multiplicado por mil en los rincones brotados de moho, los cielos rasos raídos y las cortinas polvorientas.
-Es tu culpa que esta casa sea un infierno, que parezca endemoniada, es tu manía de no dejarme abrir las ventanas, de no recibir a nadie. ¡Maldito seas! ¡Maldita mi enfermedad, mi embotamiento que no permitió mi huida a tiempo! –mascullaba en su caminata, dientes apretados, sin emoción, pateando objetos que José dejaba abandonados por todo el espantoso lugar donde convivían desde hacía cuarenta años.
¡José! –gritó y al final el grito se le transformó en aullido, José no contestó, nunca contestaba. Se lo imaginó sentado en la cocina con los brazos apoyados en el mantel grasiento, el escarbadientes en la boca, la luz de la tele flasheándole el rostro abotargado.
-¡José! –de nuevo lo llamó, de nuevo el aullido feroz se le salió de la boca, pero esta vez la llenó de fuerza y determinación.
Cambió de dirección, no entró a la cocina, siguió hasta el cuarto, abrió el ropero, la invadió el olor a viejo, a ropa guardada sin lavar y una furia terrible se le agrandó en el pecho mientras buscaba con fervor entre los harapos inmundos.
Cuando entró a la cocina José ni la miró, ella primero le tocó el hombro y luego le puso el revolver en la sien, lo sostuvo firme, agarrado con las dos manos como lo había visto en las películas.
El escarbadientes cayó sobre la mesa cuando José abrió la boca para decir algo que no se escuchó porque ella gritó:
– ¡Otra vez measte la tapa del inodoro viejo de mierda! - y disparó.
– ¡Otra vez measte la tapa del inodoro viejo de mierda! - y disparó.
Empujó el cadáver desbaratado en el piso con la punta del zapato, caminó hacia la puerta sonriendo al recordar que esos vecinos que la miraban ahora, hacía cuarenta años venían diciendo que ella tenía una enfermedad de los nervios y lo bien que le iba a venir eso para su defensa y para pasar sus últimos días en un ventilado y luminoso hospicio sin José.
Silvia Simonetti. Setiembre 2011
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