"TENEMOS QUE HABLAR DE PETTY"... Y EL MALAMBO POR LEILA GUERRIERO

Lo siento: voy a hablar de algo que hice. Necesito hacerlo para poder hablar de Petty.
Hace poco escribí un libro que cuenta la historia de un hombre que participó en una competencia de baile, el Festival Nacional de Malambo de Laborde. 
El malambo es un baile folklórico argentino y consiste en un zapateo asesino y sostenido en el que un hombre muestra su destreza y su aguante. Laborde es un pueblo chico, al sur de la provincia de Córdoba.
El festival existe desde 1966, y es el más prestigioso y desconocido del país. Tiene varias particularidades: los participantes –todos muy jóvenes, todos hijos de familias muy pobres – deben entrenarse como atletas, puesto que el desgaste que impone el baile es atroz; el título que se otorga es el de campeón (título raro para disciplina artística, como si dijéramos Campeón Nacional de Novela); quien gana la competencia no puede volver a presentarse en otra, de modo que el malambo que lo consagra es, también, el último de su vida; y, por último, el festival no es organizado por ningún organismo de gobierno, sino por los mismos vecinos del pueblo: la fonoaudióloga, el panadero, la bibliotecaria. Durante tres años, desde 2011 y hasta 2013, fui a Laborde para contar la historia de esa competencia y de uno de sus participantes, Rodolfo González Alcántara, oriundo de La Pampa. Finalmente, el 11 de enero de 2014, volví para presentar el libro. Eran las seis de la tarde y estábamos, con Cecilia Lorenc Valcarce, ex jefa de prensa del festival, y Rodolfo González Alcántara, protagonista de la historia, sentados a una mesa, en una sala repleta de gente: vecinos, campeones de años anteriores, la intendenta. Yo me había preparado para todo, y eso incluía cosas no necesariamente buenas, porque la mirada de un periodista no suele dejar conforme a todo el mundo. La charla transcurrió con fluidez y, hacia el final, se dio paso a las preguntas del público. Una mujer mayor levantó la mano. Le alcanzaron un micrófono y habló. "Leí su libro – dijo, con esos modos educados y regios con los que algunas mujeres grandes saben demostrar refinamiento y autoridad –. Allí usted se pregunta por qué a un pueblo conservador como el nuestro se le ocurrió organizar la competencia de un baile que representa rebeldía y transgresión." Yo dije "Sí", y por dentro me dije "Sonamos". En efecto, el libro dice que el pueblo es conservador, y que sus habitantes portan costumbres reñidas con las anárquicas y levantiscas olas que representan el gaucho y el malambo. La mujer siguió: "Yo soy la sobrina del hombre que fundó este festival."
Y entonces supe – supe – que algo muy malo iba a ocurrir.
"Un día de 1966 – siguió la mujer – mi tío dijo: 'Vamos a hacer un festival, y va a ser de malambo.' Yo le dije: Pero, tío, eso es muy antiguo. Tiene que ser de rock." Él insistió: “Tiene que ser de malambo.” Y lo hizo. Más de cuarenta años después, acá estamos. Yo diría que Laborde es un pueblo conservador que se atrevió a soñar. Ese sueño la trajo a usted hasta acá. Y usted, en su libro, cuenta la historia de nosotros, los comunes. Y a nosotros los comunes nunca nos mira nadie, nadie nos da importancia. Pero usted nos miró y quiso contar nuestra historia. Y por eso creo que usted se merece todo nuestro agradecimiento."
Hubo un silencio estruendoso. Yo me quedé de una pieza. En la primera fila, una mujer empezó a llorar. Rodolfo González Alcántara tenía los ojos enrojecidos. Cecilia Lorenc Valcarce, a mi lado, respiraba con agitación. Alguien amagó un aplauso y no hizo falta más para que todos aplaudieran hasta levantar las sillas del piso. Cuando la presentación terminó, pregunté quién era la mujer. "Petty", me dijeron. "Es profesora de historia, fue directora del colegio." Conversé con muchas personas esa tarde, pero no pude dejar de pensar en ella. Ahí había una historia y yo temblaba de ganas de contarla. No porque Petty fuera la sobrina del fundador del festival, que también, sino porque esa habitante de pampas remotas había hecho una elección léxica que me erizó el instinto. Petty no había dicho: "Usted contó la historia de personas comunes." Petty se había tomado el trabajo de decir: "Usted contó la historia de nosotros los comunes." Nosotros los comunes.
Soy altamente sensible a esas cosas: cuando alguien elige, del arcón de frases posibles, no la que tiene más a mano, sino la más eficaz, y trata, con eso, de transmitir una potencia, algo dentro de mí repica y se despierta. Nosotros los comunes: esa elección léxica hablaba de una estética, de una ética, de mundos vistos y leídos, de saberes. ¿Cómo es la vida de una mujer así en un pueblo como ése? ¿Qué cosas le quedaron sin hacer, qué cosas hizo, qué libertades soñó –si las soñó– y no pudo? Como el pueblo tiene radio propia, pregunté si la habían entrevistado. Una chica me dijo que no: "La tenemos acá, entonces a nadie le parece muy interesante." Es cierto: es arduo encontrar interés en cosas que tenemos cerca. Y más cierto aún es que no todas las cosas que tenemos cerca son interesantes. Pero, si no estamos atentos, desaparecerán, ante nuestros ojos bien cerrados, mundos enteros.
                                                                       Vía Griselda García
Revista Sábado, El Mercurio, Chile, febrero de 2014. Foto: Anders Nors 

Dedicado especialmente a Chalo Agnelli por Alicia Silva Rey 

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