"EL FINAL DE LA INOCENCIA" POR ARMANDO VIDAL

 



Por mérito del olvidado go­bernador Domingo Mercante, en la provincia, peronistas y contreras convivían. Por eso, Quilmes quedaba muy lejos de Buenos Aires, la capital del odio. En el barrio del club Tucumán, de la ciudad cervece­ra, por donde pasaba el tranvía, Félix Feo, radical yrigoyenista, presidía el comité que estaba enfrente de la casa alquilada del Negro, dirigente gremial pero­nista que aparecía en los diarios locales y tenía fotos con Perón, Mercante y Evita. Estaba casado con Angelita, una "evitista” a la que le brillaban los ojos negros tanto como su pelo cobrizo cuando decía que era "fabrique­ra, pero no para cualquiera”.

Todos los chicos del barrio como José María, Fredi, Alfredo, Carlos o Mandi eran la materia del laboratorio peronista en el que se modelaba la nueva na­ción. Fiel a sus lecturas escola­res, el hijo del Negro dibujaba en la portada de sus cuadernos de clase a trabajadores, talleres, trenes y barcos argentinos y, por supuesto, a Perón y Evita. Leía lo que su papá traía: el dia­rio El Mundo y las revistas Mundo Infantil (nunca Billiken) y Mundo Deportivo (nun­ca El Gráfico), productos de la expropiada editorial Haynes.

Solía ir a buscar a su padre a ese reino de fábricas textiles que era la calle Primera Junta, cerca de la vieja cancha de Ouilmes y gozaba del espectáculo de la salida de los obreros. También iba al sindicato de la Asociación Obrera Textil, que sólo en Quilmes tenía 20 mil afiliados y de cuya seccional su padre era el secretario general.

Tras la muerte de Evita y la crisis económica, el oficialismo en la AOT perdió las elecciones en 1952. Así fue como la lista verde opositora de Andrés Framini - que de ese modo entraba en la historia grande - pudo más que la fórmula de la azul. Igual, el Negro siguió siendo el secre­tario general quilmeño.

En la escuela 17 de la calle Entre Ríos, “Marcata”' era el compañerito de banco del hijo del Negro. Parecían hermanos con sus guardapolvos almidonados y peinados con gomina. Un día, la información perforó la coraza del hijo del Negro. Fue cuando las bombas perforaron cientos de vidas en Plaza de Mayo. Esa voz de diablo y esa fatídica marcha militar que la precedía (Ariel Delgado, radio Colonia) se quedaron en las casas pero­nistas. Nada fue igual después.

Tres meses más tarde cayó Perón y luego de la multitudi­naria Plaza de Mayo de Eduar­do Lonardi se reiniciaron las clases. “Marcata" volvió feliz… ¡feliz! Enojado, no porque fuera contrera (el querido Félix Feo también lo era), sino porque se lo hubiera ocultado. Le arrebató el cuaderno y escribió grande: "¡Viva Perón!”.

Pobre “Marcata”, pensó, mientras lo miraba hablar con la señorita Bonelli, la maestra de sexto de mejillas sonrojadas. Fue confiado cuando lo llamó. Otro sacudón: tampoco ella era peronista. Encima lo hizo blanco de una inesperada lección sobre la libertad. Seguramente su padre le daría una explica­ción cuando apareciera, porque hacía mucho que no estaba.

Con Martita, su hermanita, volvía un día del colegio cuando en Andrés Baranda y Tucumán vio en la calle de tierra el jeep verde con soldados y largos fu­siles. Estaban en la puerta de su casa, rodeados de vecinos, peronistas y no peronistas, enfrenta­dos por una pelirroja enfurecida que les gritaba que su espo­so era un trabajador honrado y no un asesino. Desde aquellos días en que perdió la inocencia el hijo del Negro no volvió a ver a "Marcata”, el hijo del vidrie­ro. Quizás estén a tiempo de hablar de sus miedos.

Armando “Mandi” Vidal, periodista

Colaboración y digitalización Prof. Raquel Gail




 

 

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