“EL OMBÚ” DIVULGANDO LA OBRA DE HUDSON Y DE LUDOVICO PÉREZ

 

Por Chalo Agnelli/2021

En abril de 1998, hace 22, años figuras de la cultura hudsonianas se conjugaron para hacer una magnífica edición de “El Ombú” de Guillermo Enrique Hudson, en homenaje al primer escritor y naturalista nacido en el antiguo Quilmes, hoy Florencio Varela. 

 La tapa y las ilustraciones interiores son elocuentes xilografía del Maestro Ludovico Pérez, postulado recientemente para el Premio Nacional a la Trayectoria Artística 2021.

La edición estuvo a cago de Francisco Aquino, escritor y poeta, también él de una trayectoria extraordinaria.

La profesora, historiadora y periodista Ana María de Mena, quien actualmente vive en San Martín de los Andes, realizó los textos de solapa y contratapa. Con traducción de Elinne McLean, correcciones de Liliana Malena Gutiérrez y el prólogo del Prof. Guillermo Daniel Ñañez, director de DDHH de Florencio Varela, donde dice:

 “Estamos llegando al año 2000 y aquí en Florencio Varela, al sur del Gran Buenos Aires, nuestra pampa, la larga llanura, va dejando lugar a la pujante ciudad.

Mucho cambió Florencio Varela desde aquellos lejanos días cuando pertenecía a los pa­gos de Quilmes, pasando por el movimiento independentista de 1871, para llegar a ser una ciudad con más de 250.000 habitantes.

Quien se acerca a Florencio Varela, va des­cubriendo una especie de paraíso perdido, muy parecido a los pueblos del oeste de la Provincia de Buenos Aires. La Avenida San Martín nos ha­ce llegar hasta el monumento a la bandera, bau­tizado por los varelenses como “El bicho canasto” por la forma que tiene.

Si uno sigue caminando encontrará la pla­za principal donde podrá ver árboles vetustos, el monumento a Florencio Varela, caminitos sinuo­sos y amores perdidos.

Al costado de la plaza se encuentra el vie­jo edificio municipal, lugar de debates, arengas certeras, conflictos por resolver, cosas por decidir y por último el lugar de Dios, la iglesia San Juan Bautista, fiel testigo de los acontecimientos del ol­vidado pueblo que llevaba su nombre, que cobijó a sus hijos en el ciclo de la vida, el nacimiento, la boda, el bautismo, la muerte.

Muy cerca se encontraba la Casa de Tejas, lugar donde Juan de la Cruz Contreras y un nu­meroso grupo de vecinos decidieron crear el pue­blo de San Juan Bautista a fines del siglo pasado.

Seguimos caminando por el bulevar de la Avda. San Martín con sus pinos, palos borrachos, flores que se acercan hasta las vías que dan naci­miento a la estación del ferrocarril que mira hacia el sur de nuestro distrito donde se encuentra el pasado inglés de Florencio Varela, cuando exis­tía La Capilla de los ingleses-escoceses-presbiterianos el antiguo templo hoy olvidado, la estancia Santo Domingo de John Davidson y sus vecinos los Taylor, Doods, Brown, Robson, Barclay.

 En el bulevar se encuentra un monumento muy especial, es una cara barbada, con su mira­da puesta en la lejanía del norte, quizá disfrutan­do de sus amigos los pájaros, en la naturaleza que lo despierta y en las miradas indiscretas de los colegiales que se preguntan: ¿Quién es?... Es Gui­llermo Enrique Hudson.

La casa en que yo nací en las pampas su­damericanas era muy apropiadamente llamada Los veinticinco ombúes, porque había allí justamente veinticinco de estos árboles de gigan­tesco tamaño que se encontraban ampliamente separados entre sí y formaban una fila de más o menos cuatrocientos metros de largo.

El ombú es verdaderamente un árbol singular, ya que, siendo el único representante de la vegetación natural del suelo en aquellas niveladas planicies, y exis­tiendo también muchas extrañas supersticiones relacionadas con él, es un romance en sí mismo. Pertenece a la rara familia phitolaca y tiene una inmensa circunferencia, que alcanza a dieciocho o veinte metros en algunos casos.

Su madera es tan blanda y esponjosa, que se puede cortar con un cuchillo, y no sirve absolutamente para leña, puesto que no se seca después de cortada, sino que se pudre como una sandía madura. Crece lentamente, y sus hojas grandes, lustrosas, de color verde oscuro, son venenosas como las del laurel rosa. A causa de su inutilidad probablemente ha de extinguirse, como tantas obras hermosas platas de las pampas de ese misma región”

Así nos habla Hudson de su rancho, del ombú, su hermoso recuerdo desde su más famoso libro, “Allá lejos y hace tiempo”.

Y sigue Ñañez reseñando sobre la vida y la obra de Guillermo Enrique Hudson, patrimonio tangible y a su vez igualmente intangible de la región que antiguamente fue el Antiguo Pago de la Magdalena y hoy es la región formada por Quilmes, Florencio Varela y Berazategui.

EL OMBÚ

Esta es la historia de una casa que ya no existe, tal como me la contó, sentados a la sombra en un día de verano, el viejo Nicandro a quien todos gustábamos escuchar, pues recordaba y describía con precisión de detalles la vida de cada una de las personas que había conocido en sus pagos natales próximos a la laguna de Chascomús, en las pampas del sur de Buenos Aires.

En las ilustraciones xilográficas de El Ombú realizadas por Ludovico Pérez se resumen las historias:

1. Los invasores británicos arrojan sus mantas para sortear el arroyo Conchitas de fondo demasiado barroso y la gente del lugar las recoge, entre ellos unos frailes asombrados que les advertían que quizá no les bastaran sus chaqueta para dormir esa noche invernal. Un soldado inglés que conocía la lengua castellana, les respondió que esa noche dormirían en camas de la Capital y Santos replicó: “Ese, señores, tal vez, sea un sueño del que nunca despierten ustedes”.

2. “¡El pato, el pato!, gritó Santos con entusiasmo…Eran hombre fuertes bien montados, resueltos cada uno a arrebatarles la pelota a los demás”

3. La trágica desventura del esclavo Melitón y lo que le costó obtener su  libertad de Ugarte su resentido amo.

4. Una flor amarilla de tallo largo crece sobre el sitio donde cayó muerto Melitón a la sombra del ombú.

5. “La tropa de caballos animada por los gritos muy pronto cayó sobre la toldería y los indios, que corrían en todas direcciones tratando de escapar, fueron baleados, lanceados o acuchillados.”

6. Valerio es estaqueado y azotado por órdenes del coronel Barbosa por haberse puesto al frente de sus compañeros en demanda por la injusta retribución recibida.

7. Rescatado del camino donde yacía sumamente herido, es conducido a su pedido al “El Ombú”, llega tras cinco días de duro trayecto y frente a su esposa Donata y su hijo Bruno cae y con un último suspiro muere.

8. Donata diariamente derrama una jarra de agua en el lugar donde cayó muerto Valerio y con el correr del tiempo se formó una alfombra verde, donde Bruno, desconocedor de la trágica muerte de su padre, se tendía cuando volvía cansado y acalorado después del trabajo.

9. Mónica apacentaba sola las ovejas de su padre descalza entre los cardones, tanto en el gélido invierno, la canícula estival como azotada por la lluvia y el viento.

10. Mónica pierde la razón cuando se entera que el joven asesinado por intentar apuñalar al coronel Barboza, quien había acabado con su padre, era Bruno de la Cueva.

11. Mónica y Donata, dejan “El Ombú” y se trasladan a Chascomús, allí Donata muere anciana y Mónica todas las tardes se sienta frente a la laguna contemplando bandadas de pájaros atravesando el agua y permanece a merced de la piedad de los vecinos, quienes son compasivos con ella a la que llaman “la loca de “El Ombú”.

LA OBRA

Por Ana María de Mena

"El Ombú", para algunos un cuento largo, para otros una novela cor­ta, es probablemente la obra más lograda de Guillermo Enrique Hudson, des­de el punto de vista literario. Se trata de la historia de los tres moradores de una casa construida bajo un ombú cuya sombra, según la creencia popular, ejerce un influjo ma­ligno sobre sus habitantes.

El relato, que fue escrito en Inglaterra y publicado allí en 1902, in­cluye descripciones de la vida y costumbres de la época desde 1808 hasta 1840 aproximadamente, también brindan la relación del narrador sobre al­gunos hechos históricos, sin el apasionamiento vernáculo. En este sentido, sobresalen tres temas: el avance de soldados ingleses sobre Buenos Aires du­rante una invasión, la lucha contra el indio y las injusticias del ejército.

Abundan los comentarios enconados hacia la organización militar personalizada en algunos de sus representantes, en boca de los personajes de "El Ombú". Probablemente el autor no haya tenido la intención de la de­nuncia como fin, pero la mención con su estilo claro y sencillo aporta un tes­timonio revelador sobre la época, que abordaron otros autores, como Her­nández en "Martín Fierro". Vale puntualizar que en 1864, Hudson estuvo en­rolado como soldado en el 1 Escuadrón, II Compañía de Caballería del Ejér­cito y no le era ajena la vida de los cuarteles. Además, en sus andanzas por estas tierras, fue atento escucha de los relatos de paisanos que, como Nican­dro, el personaje de "El Ombú", contaban sus aventuras y desventuras en su paso por la milicia.

Un párrafo especial merece el apéndice de "El Ombú", con la des­cripción del juego de pato. Los detalles que aporta ilustran acabadamente so­bre este entretenimiento, después casi desaparecido.

Esta obra también tiene bellísimos pasajes y descripciones que la convierten en una preciosa narración digna de leer y releer. En el caso de la presente publicación de Ediciones Pancho Aquino, tienen el feliz agregado de las ilustraciones de Ludovico Pérez, todo un tesoro para mirar y admirar.

El libro fue presentado por el Prof. Juan Carlos Lombán el 12 de mayo de 1998 en el Instituto Santa Lucía de Florencio Varela

Arriba: Guillermo D. Ñañez y Pancho Aquino. Foto grupal: Ana María de Mena tomando el brazo de Ludovico Pérez con un grupo de hudsonianos en la Biblioteca Popular Pedro Goyena.

Ver en LAS LETRAS DEL QUILMERO otros escritos de Hudson:

“La Patagonia y el saber del gaucho” de octrubre 8, 2016

“Guillermo E. Hudson y el estornudo” de octubre 10, 2020

“Hudson y la madre” de octubre 13, 2020 

Compilación y compaginación Chalo Agnelli


 

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