LA TIERRA QUE MATÓ A SU POETA
Pura nostalgia sintió
el poeta por su cuna. Con el asesinato de Federico García Lorca la capital
andaluza perdió su alma.
Por
Jon Lee Anderson*
No mucho antes del estallido de la
guerra civil española, el escritor inglés Gerald Brenan se fue de Granada,
donde había vivido desde comienzos de los años ‘20, y regresó a Gran Bretaña.
Recién en 1949 Brenan pudo volver a visitar sus viejos lugares y saber lo que
había sucedido con sus amigos y conocidos. La guerra civil ya había terminado
hacía una década, pero España todavía no se había recuperado de la carnicería y
su pueblo permanecía pobre y hambriento.
Todas las mañanas me olvido de los
que he escrito. Es el secreto de ser modesto y de trabajar con coraje. A veces,
cuando veo lo que pasa en el mundo, me pregunto: ‘¿Para qué escribo?’ Pero hay
que trabajar, trabajar (…) Trabajar aunque a veces piense uno que realiza un
esfuerzo inútil”
El vencedor, el generalísimo Francisco
Franco - autodeclarado caudillo de España por la gracia de Dios - gobernó
severamente, con la asistencia de la Iglesia Católica, su partido
ultraderechista la Falange Nacional y la Guardia Civil.
Brenan regresó a una Granada que
estaba tensa, silenciosa y plagada de policías. Fue al Albaicín, el viejo
barrio árabe y, desde la Alhambra, escribió: “Sí, éste era el Albaicín tal
como solía ser. Sin embargo, ¿por qué parece tan cambiado, tan diferente?
Mientras estaba sentado escuchando los cantos de los gallos, la respuesta vino
a mí. Esta es una ciudad que mató a su poeta. Y de golpe, vino a mí la idea de
visitar, si podía encontrarla, la tumba de García Lorca. Sobre ella, dejaría
una corona de flores”.
Con precaución, Brenan primero
visitó el cementerio de Granada, trepando a una colina desde la Alhambra.
Encontró perforaciones de balas en la pared y parches de sangre seca. Un
custodio del cementerio, a escondidas, le mostró un osario abierto, con
cientos de esqueletos adentro, muchos de ellos-víctimas de los escuadrones de
fusilamiento, con sus cráneos destruidos. Brenan preguntó con cautela acerca
del destino del poeta granadino, Federico García Lorca, a quien había conocido
y le dijeron, sotto voce, que el poeta había sido llevado a la ciudad distante
de Viznar, donde lo habían trasladado a un barranco cercano para asesinarlo.
Brenan fue hasta allí, y una anciana lo acompañó al lugar donde se decía que
enterraron a Lorca.
“El mundo está detenido
ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico,
el mundo no piensa (…) El día en que el hambre desaparezca va a producirse en
el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad.”
En su relato de ese lugar sombrío,
en su libro “The Face of Spain” (“El rostro de España”), Brenan escribió: “Era
una pendiente suave de arcilla azul, sembrada de juncos y finos pastos de
juncia, un depósito de las corrientes de agua que pasaban por el barranco
cuando estaban crecidas. Toda el área estaba poceada con huecos poco profundos
y montículos, arriba de cada uno de los cuales había una pequeña piedra.
Comencé a contarlos, pero abandoné cuando vi que eran cientos”.
Sesenta años han pasado desde la
visita furtiva de Brenan, cuando el propio nombre de Lorca seguía siendo un
tabú en su ciudad natal. Hoy en día, muy curiosamente, aunque el pozo macabro
del osario del cementerio ha estado cubierto mucho tiempo, los orificios de
bala en la pared, donde mataron por lo menos a mil personas en el verano de
1936, todavía están allí. En el barranco de Viznar, los huecos y montículos que
Brenan observó se han cubierto de malezas desde entonces, pero las laderas
yermas alrededor permanecen, en gran medida, tal como estaban, excepto por los
bosquecillos de pinos que fueron plantados aquí y allá. No hay construcciones,
excepto unos pocos cortijos, un grupo de casas de fin de semana y un único
edificio de departamentos incongruente.
Si no fuera por los esfuerzos de
otro forastero, Ian Gibson, un irlandés estudioso de Lorca que llegó a Granada
dieciséis años después -y que hizo más preguntas- sabríamos muy poco acerca de
cómo murió Lorca. En su obra, hoy un clásico, “The Assassination of Federico
García Lorca” (“El asesinato de Federico García Lorca”), Gibson cuenta cómo
encontró a uno de los enterradores de Federico, quien lo condujo al preciso
lugar donde el poeta yacía enterrado, al lado de otros tres hombres que habían
sido asesinados con él - un maestro de escuela socialista y dos banderilleros
anarquistas -. Su tumba estaba al lado de un viejo olivo, a unos pocos metros
de una curva, en el camino que corría a través del barranco que se extendía
entre las ciudades de Viznar y Alfacar. Llevó otros veinte años que el lugar
fuera conservado.
En 1986 cercaron la zona y la
transformaron en un pequeño cementerio parque, un lugar sombrío y recibe pocos
visitantes. Al lado de viejo olivo, hay un pequeño pedestal de piedra dedicado,
con imparcialidad determinista, A la memoria de Federico García Lorca y de
todas las víctimas de la Guerra Civil. Es el único recordatorio de que algo
alguna vez sucedió allí. Afuera, en el único kilómetro y medio de camino plano
entre Alfacar y Viznar, las madres pasan, empujando los cochecitos de sus bebés,
igual que la gente excedida de peso de las casas de fin de semana vecinas, con
zapatillas y joggings, tratando de estar en forma.
Los extranjeros que visitaban
Granada en los siglos XVIII y XIX encontraban los viejos palacios moriscos de
la Alhambra en ruinas, ignorados y descuidados por los conquistadores
españoles de la ciudad. Apenas en la década del ‘60, las autoridades de la
ciudad demolieron toda arquitectura morisca que se encontraba en el camino de
su celo modernizador. Hoy todos los vestigios que quedan de aquel pasado
glorioso son, como mucho, hermosas estructuras de piedra vaciadas de la mayor
parte de su significado. En los últimos treinta años, aproximadamente, la Californización
no supervisada ha sobrepasado a la alguna vez exquisita vega de Granada, su
pradera cubierta de olivos, almendros y álamos blancos, que desde los tiempos
de los moros se han desparramado por el valle. La vega está siendo devorada por
una desidia de hipermercados y depósitos industriales que avanza. El punto
estratégico desde el cual se dice que el último de los reyes árabes, Boabdil,
miró por última vez hacia atrás a su reino perdido hoy está ocupado por un
hotel que se especializa en fiestas de bodas. Se llama “El suspiro del moro” (“The
Moor’s Sigh”). En la nueva España parece haber poco lugar para la poesía, aunque
hay excepciones.
La pequeña ciudad de Fuente
Vaqueros, a unos siete kilómetros y medio de Granada, es donde nació y pasó
los primeros años de su infancia; era un lugar que él amaba y acerca del cual
escribía con nostalgia. La Casa-Museo Federico García Lorca - donde nació el
poeta - es una casa grande de dos pisos, en una calle lateral alejada del
centro de la ciudad. Está amoblada con objetos que pertenecieron a la familia y
que fueron recuperados por los curadores de manos de amigos y vecinos. La cama
de caoba y bronce en la que nació Lorca está allí, y en una habitación contigua
está su cuna blanca de metal. Hay fotos de su amado padre: un rostro de buen
humor, con un gran bigote, y pequeñas pinturas de arlequines realizadas por
Lorca. En una habitación, en la parte trasera, un exhibidor con las primeras
ediciones de sus obras y un libro de visitas firmado por personalidades como
Leonard Cohen, la hija del Che Guevara – Aleida -y el actor Andy García, quien
hizo de Lorca en una película de Hollywood sobre la muerte del poeta.
En el límite de la propia Granada,
con vistas a una pared de diez pisos de un edificio de departamentos, está la
Huerta San Vicente, la granja de la familia Lorca. Allí, las conversaciones se
ahogan en el rugido del tráfico constante, que corre por una autopista de
cuatro carriles, a no más de doscientos metros, construida en 1991. La Huerta
consta de una casa de campo grande y encantadora, que está pintada de blanco,
tiene persianas de madera verdes y rejas de hierro trabajadas. En el frente hay
una hilera de palmeras reales y cipreses y un laurel y un almez - árbol que los
moros llevaron a España - de doscientos años. El padre de Lorca, un adinerado
hacendado que cultivaba azúcar y tabaco, la compró en 1925 y la llamó Huerta
San Vicente en honor a su esposa, Vicenta. Allí la familia pasó los veranos
hasta la muerte de Federico, en el ‘36. En 1940 emigraron a Nueva York y les
dejaron su casa y sus contactos a una familia de caseros.
En 1986, la familia vendió la Huerta
a la municipalidad de Granada como casa-museo y fue inaugurada, junto con el
parque circundante, en 1995 (Todo lo relacionado con el patrimonio de Lorca
sucedió entre fines de los ‘80 y comienzos de los ‘90, cuando los socialistas
estaban en el poder) Como resultado, el interior de la casa no ha cambiado de
manera significativa desde los tiempos en que Lorca vivía allí. En la sala de
música hay un piano en el que su amigo Manuel de Falla tocó alguna vez; las
paredes están adornadas con pinturas de Salvador Dalí y el famoso retrato
original del poeta vestido con una bata, obra de Gregorio Toledo. Una de las
propias pinturas de Lorca, forrada, fue el telón de fondo de una obra que creó
para el cumpleaños de una hermana menor, en 1922. Desde este dormitorio simple,
en el piso alto, tenía una vista espléndida de la Sierra Nevada. Allí, en un
escritorio de roble magnífico, poco común, con pequeños cajones laterales,
escribió “Bodas de sangre” y “Yerma”. Y allí estaba escribiendo su última obra
inconclusa en el verano de 1936.
Existió lo que se denominó
“transición democrática” luego de la muerte de Franco, en 1975, pero nunca hubo
una verdadera reconciliación nacional. Como resultado, el pasado de España perdura
en un estado perpetuo de limbo. Quizá la inminente exhumación de los restos de detone
algún reconocimiento del pasado al que los españoles le han escapado durante
tanto tiempo y traiga algún tipo de catarsis nacional. Quizá no.
En la plaza de Bibataubin, en el
verdadero corazón de la ciudad, se encuentra un monumento a José Antonio Primo
de Rivera, el fundador de la Falange española. El monumental pedestal de piedra
grande, tiene una dedicatoria, “De Granada
para José Antonio” y tiene grabado el símbolo de la Falange: un yugo,
flechas cruzadas y un sol naciente. Se encuentra cerca de la entrada del Bar
Chikito, parte del cual una vez fue el Café Alameda, donde Lorca y sus amigos
tenían sus alegres tertulia, apodado “El rinconcillo”. Cruzando la misma plaza
está el edificio de departamentos en el que los Lorca vivieron en los año ‘30.
El edificio fue remodelado, su frente ahora es una pared de vidrio y pertenece
a la inmobiliaria Osuna. No hay ninguna placa que diga que Federico García
Lorca alguna vez vivió allí.
Una caminata de cinco minutos
conduce a “la casa de los Rosales”, en la calle Tablas. Los Rosales,
falangistas influyentes, eran los amigos de la familia a quienes un García Loca
aterrorizado recurrió para obtener refugio en sus días finales. Su casa hoy es
un hotel de tres estrellas, “La Reina Cristina”. En su página de internet, los
actuales propietarios del hotel explican que tuvieron “mucho cuidado” en la
modernización de la casa para preservar detalles originales. Dicen que la puerta
de entrada al hotel “es la misma que
usaron los captores de Lorca para entrar a la casa y llevarlo a la muerte”.
El restaurante del hotel, con total desenfado, se llama “El rincón de Lorca” y
ofrece platos suntuosos como rabo cocinado en hígado. En la Puerta Real, la
vieja entrada al Albaicín, el venerable Café Suizo, un abrevadero para Lorca y
otros hijos ilustres, hoy es un Burger King.
Lorca no se habría sorprendido con
toda esta vulgaridad. Abiertamente se había lamentado porque la Reconquista católica
y su Inquisición habían destruido la única civilización que había hecho
legendaria a Granada. En una entrevista, unos meses antes de su asesinato,
había descripto a la burguesía de la ciudad como “la peor del mundo”, que la
había convertido en “una ciudad empobrecida, acobardada”.
Si usted va al Albaicín hoy, lo verá
colmado de turistas, guitarristas flamencos itinerantes y hippies descalzos
que venden joyas artesanales. Verá a los gitanos y se estremecerá ante la vista
de la Alhambra y el rojo de la tierra y el azul del cielo. Hasta puede llegar a
escuchar cantos de gallos, como le pasó a Brenan años atrás. Quizá, también,
sienta pena por lo que nunca podrá ser reemplazado ya que Granada es la ciudad
que mató a su poeta y, al hacerlo, perdió parte de su alma.
Traducción:
Patricia Sar
Compilación Chalo Agnelli
FUENTE
Revista VIVA de Clarín
En el Blog "Panamá América" el 29 de noviembre de 2009, se reproduce esta nota sin mencionar autor ni origen. (https://www.panamaamerica.com.pa)
Ver en el Blog “El
Continental” del 5 de junio de 2018 “Federico García Lorca: así mataron al
poeta por socialista, masón y homosexual" de José Rodríguez Sojo.
* Jon Lee Anderson, nació
en 1957 en California, Estados Unidos. Es periodista. Se inició como cronista
en el ‘Lima Times’ de Perú, en 1979. Se especializó en política latinoamericana
y trabajó para la revista ‘Time’. Es autor de ‘Che. Una vida revolucionaria’ (1997)
y también de ‘Guerrillas’(1992), ‘La tumba del león: partes de guerra desde
Afganistán’ (2002) y ‘La caída de Bagdad’ (2004). Su último libro es ‘El
dictador, los demonios y otras crónicas’ (2009)
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