…TAN SOLO 36 TÍTULOS Y...
El martes 24 de setiembre de 2013, el escritor y poeta Claudio Pérez, responsable del Plan Nacional de Lectura me invitó a integrar un panel junto a los escritores Liliana Guaragno, Claudio Mangifesta, Néstor Telechea, Ignacio Lotito y Luciano Rey, dirigido a educandos y educadores en el marco de la Feria, “Libroquil 2013”; el tema central era el libro, la lectura como experiencia personal. Este es el texto de la conferencia con que me presenté en ese encuentro.
* * *
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de
los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las
creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la
primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos,
pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos
por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la
actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que
se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado
superlativo.»
Recordé este párrafo inicial de la novela “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens (1812-1870), publicada en 1858, conversando recientemente con conocidos acerca de la situación política del país y del mundo actual. Y se me ocurrió que la literatura es atemporal y abre puertas a otras manifestaciones de la condición humana. Intentaré explicar que es esto de leer para mí y el sentido que tiene y las emociones que me produce.
Esta novela la leí
a los 14 años. Y fue un disparador frenético hacia Francia, la Revolución
Francesa, Inglaterra, fue un desborde vertiginoso hacia la historia y la
literatura francófila y anglófila. Y así otros autores llegaron señalados por
Dickens; Balzac (obras completas), Zola (todo sobre los Rougon-Macquart),
Stendhal, Dumas, Flaubert, Proust… en ese orden y Walther Scott, Daniel Defoe y
llegaron: Shakespeare, Virginia Wolff con su “Orlando”;
Henry James, la deliciosa Edith Warthon y nuestro Hudson, por supuesto.
Si bien ya antes,
en mi primera niñez, me había hartado de las cerca de 30 novelas de Salgari
(propiedad de mi hermano Alfredo), algunas de Julio Verne; muchos libros de la
colección Robin Hood de Ed. Atlántida, “El
Príncipe Valiente” de Harold Foster, de Louis May Alcott (que análisis
recientes descubrieron un recoveco social
muy revelador de su época,
astutamente solapado por su autora para no ser anatemizada por ser mujer),
autora que habían leído mis hermanas: “Mujercitas”,
“Hombrecitos”, “Ocho primos”… Digo “habían
leído” pues ya, para esa época, ellas, mis hermanas, incursionaban en la
novelística de Jane Austen, Vicky Baum, Daphne de Maurier y a escondidas “El Segundo Sexo” (1949) de Simon de
Beauvoir.
Pero antes de las
aventuras de Salgari, hubo una literatura de infantil: Constancio C. Vigil y su
“El mono relojero”, “Misia Pepa” (hoy
dirían infanto-juvenil una palabra
compuesta que me suena horriblemente delictual) textos cargados de moralina que
ayudaban a los pequeños de la época a ser buenos, honestos, limpios,
respetuosos con los adultos… y carne fresca para
el diván del psicólogo, en el
futuro próximo.
Fui también un
lector empedernido de historietas, hoy llamadas ‘cómics’. En esa época no
estaba bien visto leer historietas, si superabas los 15 no tenías que confesar
que te gustaban, yo sigo leyéndolas hasta hoy.
Y volviendo a la
primera referencia, la del párrafo inicial, esa ilación que me producía la
lectura era un impulso incontenible a nuevos textos, a la búsqueda del libro
que me completara la idea que se me presentó de una lectura para afirmarla,
confirmarla.
Las lecturas se me
sucedían en cadena a investigaciones: sociales, geográficas, históricas,
filosóficas, musicales, plásticas, religiosas, ideológicas… biografías; sí, leí
muchas biografías y aún hoy sigo leyéndolas. Recientemente una historiadora
amiga Maxine Hanon publicó en dos volúmenes una biografía de Eduardo Wilde, una personalidad de la
historia argentina por quien, desde que leí la biografía que de él escribió el
Dr. Florencio Escardo, me sedujo absolutamente.
El Wilde de Maxine
ya está en un estante preferencial de mi biblioteca junto con otros del mismo
apellido, como el de su tío
nuestro José Antonio Wilde de quien hice yo la biografía,
entre otras muchas, de muchas personalidades, sobre todo quilmeños, que se
encuentran en mi blog EL QUILMERO.
En el artículo “El elogio del encuentro” de Horacio
Barcía, publicado en ADN Cultura del diario La Nación, el 26 de abril de 2008,
este autor escribió: “Un lector no consume pasivamente un texto;
se lo apropia, lo interpreta, modifica su sentido, desliza sus fantasías, sus
deseos y sus angustias. Y es allí, en esos viajes, donde un lector se
construye.”
Efectivamente fui
un lector desaforado. Era inevitable ya que mi casa era un hogar de lectores
compulsivos. Y yo, el menor de 6
hermanos, leía todo lo que leían mis hermanos,
mis padres y mi abuela materna, que fue la que me enseñó a leer a los 5
años.
Por eso la escuela
me aburría soberanamente y confieso que quizá por eso no fui buen alumno, lo
único que me interesaba era volver a casa a continuar leyendo lo que había
tenido que abandonar irremediablemente por la escolaridad primaria y luego la
secundaria que aproveché mejor pues en las clases de “Castellano” - como se llamó antes la materia “Literatura” y más cerca en el tiempo “Comunicación” -, en esas clases de la profesora y escritora
Julieta Quebleen, en las de Irene Rodríguez Garay, en las de Ana Inés Manzo de
Torrico, tuve la oportunidad de conocer a los clásicos; como conocí, con el
profesor Rodolfo Merediz, que había otra Historia, por afuera de los manuales
oficiales y debidamente eviscerados.
Y comencé a leer Historias, sobre todas la nuestras, la de nuestra Argentina,
Latinoamericana y, en la Biblioteca Pública Municipal con el Prof. Guillermo
Maier, la quilmeña.
* * *
Hoy en día muchos de
mi generación reniegan de aquellos programas de Literatura - en algunos casos
con razón por el abuso que se hacía de ella -: el ‘Siglo de Oro Español’ o la Literatura
Argentina de la generación del 37’; “La
Celestina”, Lope de Vega, Gracián, Góngora y Quevedo, el Mio Cid, el Arcipreste de Hita… Pero,
lúcidamente – cosa rara para un adolescente - no dije ¡”la literatura es aburrida, no leo más!”; dije: ¡”esto me es extraño, buscaré otros
autores!”… y, por ende, salí ganando, con autores latinoamericanos como
Salvador de Madariaga y su serie de “Esquiveles
y Manriques” (5 novelas); Rómulo Gallegos, Miguel Ángel Asturias; incurrir
en los autores del boom de los `60:
Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Ciro Alegría, Jorge Amado, Arguedas, en
“Pedro Páramo”… Y de allí caí con Borges,
todo, desde “La rosa profunda” hasta
“El Aleph” y su libro de “Prólogos con un prólogo de prólogos”; luego “Rayuela” (de la que a lo largo de los años hice insistentes lecturas), pero primero “Sobre héroes y tumbas” de Sábato y un libro que siento entrañable, “Adán Buenos Ayres” del maestro Marechal y los que le permitieron publicar al noble educador que pecaba de ‘peronista’. Esta última literatura era imprescindible para los que nos preciábamos ‘lecturosos’ en la generación defines de los ’60 y del ’70; como lo fue “Cien años de soledad” y la obra primigenia (según mi humilde entender) del ‘realismo mágico’ de Manuel Scorza y la tremendamente humana de Verbisky (padre), Viñas y Walsh - no María Elena -, Rodolfo, el primer vocero del horror - de todas maneras a ella no la descuidé tampoco, como buen padre y maestro de escuela -.
* * *
Mi balance actual
es que fui afortunado de conocer aquellas obras clásicas en su momento, pues
ahora no las podría leer, por ajenas al gusto que se me fue formando con los
años, que es bastante
ecléctico y con frecuencia desando viejas lecturas y
esquivo un tanto las nuevas, salvo de autores que sigo cada vez que publican
una nuevo trabajo, como Arturo Pérez Reverte o nuestra Liliana Guaragno que
acaba de publicar “El hilo de la bobina”,
que después de dos días de lectura, reafirma mi gusto por Su literatura.
Espíritu sensible,
romántico, leí mucha poesía (confieso con las disculpas del caso que también la
intenté): autores de la A a la Z; desde Alfonsina y Artaud hasta Whitman y
Yánover y “A buen juez, mejor testigo”
de José Zorrila.
EL TELEVISOR
Se dice “la televisión mató el gusto por la lectura”.
No puedo afirmarlo, no sé si esto es exacto.
En 1956, cuando
entró un televisor a mi casa rara vez se prendía. Hoy hay televisores hasta en
los baños. En ese entonces un televisor era un objeto suntuario, un lujo. De
modo que un objeto tan valioso se ponía en el lugar más importante de la casa
que era la
sala. Habitación donde sólo se entraba en eventos familiares muy
importantes. Las viejas casas chorizos con sus dos patios, galerías, galpón y
gallinero al fondo, con cocinas sobredimensionadas, donde se centraba toda la
vida familiar. La sala era fría, inhóspita y lejana. Recuerdo que, en la de mi
casa, había épocas donde flotaba un vaho misterioso que no la hacía para nada
acogedora. De modo que ahí, en un rincón preferencial, con una carpeta al
crochet encima y un florerito con tres calas, languidecía el televisor olvidado
por los habitantes. En cambio en el cuarto de cada uno de nosotros había
estantes con libros, revistas (algunas escondidas debajo del colchón),
periódicos.
No pretendo caer en
el absurdo de blandir el slogan: “¡lea no
vea televisión!”. Sería una quimera risible iniciar una campaña anti-TV. Como
no lo haría anti-celular, anti-computadora,
anti-calculadora… No soy de los que
cree que todo tiempo pasado fue mejor. Éramos jóvenes, por eso básicamente nos
lo parecía.
La tecnología, la
cybenética llegó para quedarse y hay que aprovecharlas y convivir. La
televisión está allí, el libro tiene su lugar, que no le quitará nadie como no
le quitó la cinematografía al teatro ni la televisión a la radio. Coexisten. Es
verdad que se cerraron salas de cine, pero la gente ve películas a través de
otros procedimientos como la computadora. Yo lo hago.
* * *
MI CONDICIÓN
Con respecto a mi
espacio en un panel de autores. Yo no llego a tener el plafón de escritor pues
lo fui circunstancialmente ni soy
historiador, soy un memorioso con afán de
difundir lo que pasó y los que pasaron.
De todas las cosas
que elegí hacer en mi vida, prevalece y valoro en demasía, al Maestro de Escuela
que fui y, unido a esto, el ser un militante de la cultura y un bibliólatra o
bibliófilo, si prefieren.
Y en la cultura de
un pueblo el libro juega un papel fundamental, en el formato que sea, gráfico o
digital. La cultura tiene en la palabra
escrita como uno de sus pilares más sólidos.
Últimamente se está
tratando de plantar en la cabeza de la gente una idea: “¡hay que abandonar el pasado para crecer en el presente!”. Escuché
este slogan varias veces a un político en los últimos meses. Pero no se puede
armar un presente sin un sustento, un piso, un apoyo. “El pasado se recupera en la memoria que es la que da nacimiento a lo
nuevo”. Este concepto no es mío ni actual, pertenece a Walter Benjamin (1892-1940)
LAS BIBLIOTECAS
Las bibliotecas y
bibliotecarios son custodios de los libros, de lo sueños, de las utopías, de
aquello que quizá no logremos nunca,
pero que, aún sabiendo eso, seguimos
bregando para alcanzar tozudamente y con pasión… así desando páginas en la
Goyena desde hace…
La biblioteca es el
ámbito más igualitario y democrático que tenemos los seres humanos. Ahí
conviven en gráfica armonía Marx con Adam Smith; Almafuerte con Osvaldo
Lamborghini; Sor Juana Inés de la Cruz, con Idea Vilarino y Alejandra Pizarnik,
“El Facundo” con “La Patagonia Rebelde”; La Biblia, con el “Corán” y el “Rabindranath
Guitar”;
“Mi lucha” con el “Diario de Ana Frank”; “La imitación de Cristo” de Kempis con “Los
subterráneos” de Jean-Louis
Kerouac; “El Orlando furioso” de Ariosto con “La Naranja
Mecánica” de Anthony Burgess; “Ivanhoe” con el “Juan
Moreira”; “Huckleberry Finn” y “Tom Sawyer” con “Shunko”; “La decisión de
Sophie” de William
Styron, con ”Retrato de una Dama” de Henry James (que ya nombré antes) y con “El
Lector” de
Bernhard Schlink; “Conversación en la Catedral” de Vargas Llosa, con “El
jorobado de Notre Dame” de Víctor Hugo, “Un cuarto con vista” de Edward Morgan Foster con “El escritor,
el amor y la muerte” de Enrique Medina, …etcétera, etcétera, etcétera.
* * *
DESAFÍO
Recientemente en una conferencias
Juan Sasturain me recordó una frase del Talmud que dice “36
justos sostiene todo el saber y la
esperanza del mundo”. ¿¡Es decir que si
encontramos en el planeta 36 justos estamos salvados!?
Yo traslado esa idea al
tema que nos ocupa y propongo un desafío: que a cada uno que le guste la
lectura busque 36 títulos que consideran los mejores que han leído en sus vidas,
los que más los hayan conmocionado, emocionado, determinado y descubrirán que en
esos libros se encierra todo el saber y la esperanza del mundo.
Prof. historiador y
bibliólatra Chalo Agnelli
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