3 Y 4.- FANTASMAS DEL BARRIO LA COLONIA - “UN TAL NISTAL Y DON MANUEL EL BUFETERO” (COLABORACIÓN)
"Debajo del barro se
dibujan figuras y cosas de un barrio algo distinto, poblado hoy por
algunos fantasmas empecinados en volver a las viejas rutinas."
- III -
“UN TAL NISTAL,
FILOSOFO, ASTRÓLOGO, CURANDERO Y ASTRONAUTA”
Por Plácido
Donato
Cuando
me acuerdo de un tal Nistal, flaco, bajo y de piel cadavérica, algo me estremece, quizás porque al mirarme
con sus ojos claros y traslucidos e inexpresivos, me auguró a los 10 años una enfermedad en las fosas nasales que me
iba a llevar tempranamente a la tumba.
Con
ese temor viví consternado, por un tiempo, hasta que - por mis veinte años -
Nistal terminó muriendo en la solitaria cueva que habitaba en los aledaños del Club Alberdi.
Hasta
ese momento viví, temiéndolo como a un brujo y respetándolo mucho porque veía en
él a un médico frustrado, un astrólogo sin estrellas, a un pensador muy
profundo, que gozaba de un sólido y bien ganado desprestigio entre los
muchachos de la barra de la esquina.
Sabía
y me apenaba que ellos no tomaran en serio sus reflexiones sobre los desastres
de las guerras y las maldiciones de Dios como los cataclismos, terremotos e
inundaciones.
Lo
llamaban “el loco Nistal” y yo que
leía muchos libros históricos me repetía que hubo “locos” como Nerón, Napoleón,
Albert Einstein, Discépolo, que con el tiempo
pasaron a ser gente celebre y encumbrada.
El
tal Nistal era muy introvertido y tan solitario como un caracol caminando por
un parral sin uvas, muy especial y distinto a todos los especímenes humanos que
yo había conocido.
Retraído
en su burbuja, sin espacio ni tiempo,
flotaba por la calle mientras llegaba lentamente a la puerta del club,
vistiendo siempre un overol de trabajo, color verde gastado, como el beige que vestía Fangio pero deteriorado por el
tiempo y por muchas manchas de grasa y aceite.
Nunca
supe bien donde había manchado su único uniforme, aunque muchas matronas del
barrio comentaban que era un gran electricista, plomero, albañil y hacia magias con destornillador y una llave
inglesa.
Encendía
un pucho que masticaba más que fumar, se
apoyaba en el mostrador del bar, mientras don
Manuel, el buffetero emérito le serbía su trago de grapa que Nistal bebía
de un sorbo, sin pestañar.
Después
la vida me hizo conocer algunos personajes tan extraños como él, quizás en los
trebejos y tableros de ajedrez de los 39 billares o el club de ajedrez de
Quilmes, en las noches de los cafetines de Buenos Aires donde deambulaban
noctámbulos periodistas y peregrinaban viejos fantasmas de otras galaxias, tan
flacos, cadavéricos y sabios como el tal Nistal , quizá con camisa, corbata y
obligatorio sombrero, sin mameluco verde, ni ojos de brujo claros y traslucidos
e inexpresivos pero todos colegas del en
esas presencias tan inquietas que, hoy, solo
son un hilo de recuerdos en mi locas fantasías.
Esas
fantasías que siempre sueño y alumbran de rocío y primavera el otoño de los
años.
- IV -
“DON MANUEL,
EL BUFETERO EMÉRITO DEL CLUB ALBERDI”
Por Plácido
Donato
Medía
un taco de billar y un poco menos. Era de cara lisa, típicamente española
(odiaba que le dijésemos “Don Manuel, el
gallego”), lo más parecido a un gnomo de parque de diversiones, nunca lo vi
sonreír, tampoco masticar bronca, más inexpresivo que carozo de aceituna verde,
según solía decir el Beto Corallo, pero ceremonioso y firme como pocos cuando
daba orden de largada a una partida de billar o la terminaba a la media hora
diciendo: “¡¡¡Stop!!!”, quitándonos
bolas, tizas y colocando los tacos en su lugar de espera.
Era
toda una Institución y fue hasta su “gira
a otras mesas de billar”, un personaje infaltable en nuestros juegos de
salón.
Le
pedíamos naipes, dados, y la poesía cruel, bueno eso no, pero los tableros de
damas, ajedrez y dominó también y siempre los tenía todo a mano, era altamente
ejecutivo en sus tareas que cumplía como un soldadito inglés, es decir, tan
automática, disciplinada, como
eficientemente.
Era
un reloj, de bolsillo, pero reloj al fin,
todo lo media desde las fichitas
de metegol a los traguitos de vermut.
Encuadrado
en un chaleco de mozo de restaurantes alemanes
como los maxins y múnichs, del viejo Quilmes, tenía el don de
averiguarlo todo sin preguntar nada.
Eso
lo supimos mucho después porque era a quien recurrían
nuestras madres para
saber de algunas de nuestras locas aventuras
como algún viaje o excursión no permitida a la cañada o al potrerito de
Gavio, zonas de exclusión por su lejanía y peligrosidad.
Don
Manuel, el bufetero, se merece un monolito, un monumento.
Pienso
que si yo fuese Rodin, Brancussi, Bourdelle
o algo menos, fundiría plomo, cobre o simple barro de aquel “rioba” del Alberdi y plasmaría su
figura y luego lo emplazaría en el corazón mismo que late debajo del barro,
junto al zanjón, en las raíces de los árboles donde se reunían los vecinos, a
contarse cuentos y pasarse los chimentos más picantes de la semana.
Haría
mi obra montando al bufetero en un
tapiz verde de billar, navegando con su mirada serena sin horizontes pero
cordial, amena y tierna buscándonos en ese reino donde deben vivir eternamente
las cosas que pasaron, para decirnos
“¡Stop, chicos, la partida ha terminado!”
Plácido
Donato
Especial para
LAS LETRAS DEL QUILMERO, 2015
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