2.- FANTASMAS DEL BARRIO LA COLONIA - “DON ÁNGELO FORNARI" (COLABORACIÓN)
Debajo del barro se dibujan figuras y cosas de un
barrio algo distinto, poblado hoy por algunos fantasmas empecinados
en volver a las viejas rutinas.
II
DON ÁNGELO FORNARI, EL
DUENDE DE OJOS DE SAL
Plácido Donato
Así, de golpe, ni sé bien cuándo ni cómo
apareció en mi infancia un duende de ojos esmeraldas con sabor a sal de mares
infinitos.
Podía ser un abuelo, un filósofo, una Papa Noé. O solo uno de esos personajes que tienen tanta magia que se hacen inolvidables.
Podía ser un abuelo, un filósofo, una Papa Noé. O solo uno de esos personajes que tienen tanta magia que se hacen inolvidables.
Era Don Ángelo Fornari, una especie de
solitario y errante vagabundo, ermitaño, autodidacta, pulcro y de modos tiernos
pero sutilmente autoritarios, muy
parecido a los personajes reales de Dickens o a los mágicos de los hermanos Grimn
cuyos libros, por esos dulces tiempos,
me devoraba sin miramientos.
Tenía en sus ojos todo un mundo recorrido
desde su lejana Toscana hasta este espacio perdido en el fin del mundo y cuando
hablaba, con su inconfundible todo italiano, imponía a su “picola” o gran
audiencia mucha atención, con una autentica y poco premeditada
autoridad.
Los muchachos de la barra tenían hacía Don
Ángelo un particular respeto pese a que algunos, a sus espaldas, bromeaban por
su poco legible forma de hablar “la castilla “.
Yo había pasado a ser uno de sus escuchas más asiduo y sus sabias peroratas no solo me sacaban del contexto de un hijo único, sin muchos pasa tiempos, sino que, además, me iluminaban sobre rutas, personajes y misterios de un universo que el duende había transitado en serio o solo inventaba, según hoy deduzco, con total claridad pedagógica e increíble creatividad.
Yo había pasado a ser uno de sus escuchas más asiduo y sus sabias peroratas no solo me sacaban del contexto de un hijo único, sin muchos pasa tiempos, sino que, además, me iluminaban sobre rutas, personajes y misterios de un universo que el duende había transitado en serio o solo inventaba, según hoy deduzco, con total claridad pedagógica e increíble creatividad.
Hablaba del hombre y sus miserias, cosa que
en ese entonces yo poco entendía, de Mussolini, sus balillas, las marchas
anarquistas, el comunismo italiano tan emparentado con la iglesia, sus
vivencias por una patria que dejó en guerra, con matices de historia, geografía
y sobretodo con conceptos profundos de una dimensión espacial, cosmográfica
superlativa.
Nos sentábamos junto a la puerta del club
Alberdi ya cerrada la noche y me señalaba una a una las muchas estrellas que
por ese
tiempo, quizás por el poco avance de la civilización sobre la naturaleza, cubrían el cielo de mi barrio.
tiempo, quizás por el poco avance de la civilización sobre la naturaleza, cubrían el cielo de mi barrio.
Me las nombraba, con marcado orgullo, la Osa
Mayor, la Cruz del Sur, Las tres Marías y juntos nos trepábamos en un haz de
luna a sus geniales cuentos y locuras.
El viejo, (como hoy me dicen a mi), de tanto en tanto contaba, con mucha nostalgia como era su cielo en su infancia, como eran sus estrellas hasta que todo se hizo oscuro y tuvo que emigrar apilado en la superpoblada bodega de tercera clase de un buque mercante.
Un misterio impenetrable fue para todos nosotros su vida anterior, y yo nunca supe porque alguien de tanto talento natural pudo meterse en esa burbuja olvidada del mundo, viviendo en una habitación humilde de la calle Larrea (la más fina de Quilmes Oeste) apañando su frio con una olla con carbón encendido, fumando puchos sobrantes, pero siempre con la mirada altanera, con ese brillo multiestelar de sus ojos esmeraldas con sabor a sal de mares infinitos.
Un día se fue del barrio y de este mundo sin estridencias, en el silencio majestuoso que fue escenario de su vida y camino iluminado de su imborrable recuerdo.
Cada baldosa del viejo barrio que piso, cada hoja caída de otoño, cada melodía del viento hoy lleva su nombre y lo mete en mi pasado como hacedor, linyera trota mundo, maestro o solamente Don Ángelo, un duende de carne y hueso.
El viejo, (como hoy me dicen a mi), de tanto en tanto contaba, con mucha nostalgia como era su cielo en su infancia, como eran sus estrellas hasta que todo se hizo oscuro y tuvo que emigrar apilado en la superpoblada bodega de tercera clase de un buque mercante.
Un misterio impenetrable fue para todos nosotros su vida anterior, y yo nunca supe porque alguien de tanto talento natural pudo meterse en esa burbuja olvidada del mundo, viviendo en una habitación humilde de la calle Larrea (la más fina de Quilmes Oeste) apañando su frio con una olla con carbón encendido, fumando puchos sobrantes, pero siempre con la mirada altanera, con ese brillo multiestelar de sus ojos esmeraldas con sabor a sal de mares infinitos.
Un día se fue del barrio y de este mundo sin estridencias, en el silencio majestuoso que fue escenario de su vida y camino iluminado de su imborrable recuerdo.
Cada baldosa del viejo barrio que piso, cada hoja caída de otoño, cada melodía del viento hoy lleva su nombre y lo mete en mi pasado como hacedor, linyera trota mundo, maestro o solamente Don Ángelo, un duende de carne y hueso.
DICE MABEL ENRIQUEZ: ¡¡GRACIAS CHALO POR PUBLICAR ESTE RELATO ¡¡ ¡¡HERMOSO!! DE MI AMIGO Y COMPAÑERITO DE LA SECUNDARIA EN EL GLORIOSO COLEGIO NACIONAL DE QUILMES, "JOSÉ MANUEL ESTRADA".
ResponderEliminarDFice el Dr. Ricardo Angelino: ¡Hasta la anécdota más pequeña toma dimensiones impensables, cuando hay dos personas sensibles, el protagonista y su escritor...!
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