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Mostrando entradas de 2019

IRMA VEROLÍN, POEMAS

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DETRÁS DE MIS OJOS” Detrás de mi s ojos cerrados estoy yo con los ojos abiertos mirándome: soy tan pequeña que casi desaparezco. Soy pura   uñas crecidas y pelo largo deformados los dedos de los pies los codos tristes. Mi pequeñez navega en un universo lleno de aire, nada más que aire. El aire y yo nos pertenecemos el uno a la otra en este sitio blanco donde mi cuerpo se deja estar completamente abandonado lejos de las palabras ahora que mis ojos se abren y se cierran una vez más.   MUJER EN LA SILLA A veces   sueño con mi abuela, la que no conocí, la madre de mi madre: es una mujer sin rostro sentada en una silla de espaldar crujiente, una mujer que tose y tose a ras del mundo. Ella inició el prodigio de las orfandades, murió en el momento justo cuando mi madre era una niña y mi madre después hizo lo mismo. Nuevamente una niña hablará del viaje de su madre - pies descalzos melena despeinada corriendo detrás

“AGUAS DENTRO” POR VIVIANA REDONDO

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Quisiera cruzar el río sin que me sienta la arena. ¡Soy libre, soy bueno y   puedo querer!   M.E.Walsh (1955) Los bordes de mi ciudad están bañados por una de las márgenes del Río de la Plata y a él, podés llegar caminando, o acercándote en colectivo.   Ya en 1873 la gente llegaba al río en tranvía tirado por caballos. Los quilmeños con Q desde siempre buscamos acercarnos al agua, tal vez porque los sobrevivientes de los Kilmes con K se instalaron allí cuando fueron expulsados de Tucumán. Con mi familia lo hicimos siempre en auto.   En las mañanas calurosas de los fines de semana papá nos subía al Falcon y partíamos hacia el río. En tan solo 15 minutos atravesábamos la zona poblada, todo a lo largo del boulevard y luego por camino de tierra para llegar al final, donde una bajada natural, con pastizales a los lados, dejaba asomar y desplegarse, a ese gigante de cuerpo marrón que ensanchaba sus brazos y tendía su inmensidad ante mis pequeños ojos. Cualquier día

EL DESPRECIO POR OSVALDO SORIANO

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Página/12 en diciembre de 1994. De todos los racismos el peor es el cotidiano, el chiquito que no culpabiliza. El que piensa, como le escuché decir una madrugada a un conductor de radio: “Yo no soy racista, sólo digo primero nosotros, después ellos”. Ellos no votan, no tiene voz ni ley que los ampare. Pobres primero, negros después. Ahí están como esclavos en fábricas de barrios y suburbios. Bolivianos, peruanos, cabecitas. La Asamblea del Año XIII ya pasó y ellos ni siquiera saben que alguna vez los esclavos fueron liberados también en Buenos Aires. Afuera se dice cualquier cosa de los argentinos, menos que seamos cordiales o democráticos. Para no desentonar, a veces nos comportamos como fieras. Nada de trasladar al barrio gente que viene de las villas. Que se vuelvan al Norte. Que se jodan si son pobres. No tienen tarjeta de crédito. Y encima admiran a quienes los desprecian. Vienen a robarnos, a quitarnos el trabajo, a violar a nuestras mujeres. A inquietar nuestra conciencia