PASÓ EN MI BARRIO… EL MONO GATICA (COLABORACIÓN)
Por Héctor Acosta
En una lejana mañana de invierno de un
incierto año, sube al colectivo 8 (actual 98) el futbolista “Japonés” Olivari. Se dirige a su
entrenamiento en el Club Argentino de Quilmes. Lo hace ajeno a la
misión que el
destino le va a asignar y que él cumplirá como ya veremos, con la eficiencia
digna de esa prosapia de muchachos tumultuosos, pero nobles que distinguen a
toda generación.
En un asiento del fondo dormita contra la
ventanilla una persona de cuya identidad duda, se vuelve y lo encara al chofer.
- Decime, aquel del fondo, el que está
dormido, no es el Mono Gatica?
Era el hombre en evidente decadencia, se
había pasado de su destino, Villa Dominico. Olivari lo despierta y enterado que
el otrora gran boxeador necesita una mano salvadora le dice, seguro de si mismo
- Hermano, te venís conmigo que voy a
entrenar al club y vas a ser una alegría para todos.
Efectivamente, es bienvenido con
afectuosas muestras de admiración. Café con leche y medialunas, un equipo
deportivo incluido un par de zapatillas y unos pesos que el propio Olivari
recolecta, alegran al “Mono” y a todos los jugadores.
Pero ¿Qué es lo que indujo al “Japonés” Olivari a tan salvador gesto?
Fue un hecho ocurrido años atrás en el Club Dardo Rocha. Allí, en el gimnasio
estaba anunciada la exhibición que el pugilista daría para conmoción de toda
la barriada. Llegó en un convertible tapizado
en piel de tigre, ostentoso y
provocativo, saludando con ampulosos gestos. Lo recibió el mánager Atilio Lucotti.
Haría exhibiciones con los púgiles locales que, si mal no recuerdo serían “Cholito” Mussi, José Colaone y Roberto Fiorenza
entre otros. Cuando José María Gatica vio las precarias instalaciones en que
se encontraba el gimnasio y el propio ring, magnánimo, llamó a su representante
y autoritario le ordenó:
- Ñato, pelá la chequera.
Y ahí mismo ordenó, ante el estupor de su
representante y para alegría del pugilismo local, un cheque rebosante de ceros…
Ese fue el lado noble del gran “Mono” Gatica. Capaz del más pícaro
desplante y del inesperado gesto altruista. Memorable fue aquella noche de
boxeo en el Luna Park, cuando antes de subir ál cuadrilátero, se detuvo ante
Juan Domingo Perón y le dijo:
- ¡Dos potencias se saludan!
Otra vez, al llegar de un viaje, lo fue a
recibir su esposa al aeropuerto y él tomó el cochecito con su hija recién
nacida. Alguien lo miró por curiosidad, el Mono, socarrón le dijo:
- ¿Qué mirás, nunca viste a un padre...?
Podríamos decir que hasta ese día (el día
del colectivo) el Mono, en la consideración del barrió ganaba por knoc aut,
hasta que el “Japonés” Olivari, en
nombre de todos los muchachos del Club 'Dardo Rocha', retribuyéndole el magnífico
gesto, consigue el inesperado “empate” que habla del alma noble de aquellos
hombres de una época ya lejana. OTOÑO DE 2006.
por Héctor Acosta
Para el periódico
22 de mayo de 2006
Compilación Ch. Agnelli
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