PASÓ EN MI BARRIO… EL ÁNGEL NEGRO (COLABORACIÓN)



Por Héctor Acosta
El hasta aquí incumplido sueño del poeta: que algún pintor plasmara un ángel negro, tuvo afortunada concreción en Bernal. ¡El nuestro era un ángel viviente!

Fue… (cómo duele en el corazón decir fue porque una mala enfermedad se lo llevó al cielo cuando terminaba el siglo anterior) Marcos Enrique Paganini.

Vivió en la avenida San Martín y Alem y su anhelo era ser depor­tista y decidió probar con el pugilismo. Cierto aire de fiereza en su rostro se prestaba al engaño pues era de índole mansa. A tal efecto concurrió al club Juventud de Bernal donde entre descascaradas paredes trajinaban sudorosos postulantes a boxeadores profesio­nales. Bolsas de arena, sogas, sombra, putching-ball, directos y cross... y un hedor a transpiración que lo envolvía todo.

Lo atendió el entrenador Lucoti quien luego de estudiarlo de pies a cabeza le preguntó cuanto pesaba, a lo que el negro res­pondió con cierto recelo. El entrenador, que había sido un afamado pugilista, buscó mentalmente la categoría correspondiente a esos kilos y sentenció:

- Va a gallo.

- Más “bagayo” será su hermana...- contestó en rápida reacción

- A mí no te me retobes y mandate a mudar.

Ahí Paganini supo que se le escapaba un sueño y Bernal perdía un campeón mundial. Pero como no eran tiempos de timo­ratos no se arredró y probó con el ciclismo. Con desencanto debemos decir que nunca ganó una carrera. Ni siquiera llegó alguna vez a figurar entre los cinco primeros. Su momento de efímera ilusión lo tuvo siendo ferroviario y conduciendo una negra e imponente locomotora a vapor del entonces Ferrocarril Sud En el rápido a La Plata pasó él haciendo sonar locamente el silbato y saludando a Bernal con displicente gesto. Abajo, contra el alambrado de la calle Uriburu, absortos y deslumbrados estaban los ángeles de guardapolvos blancos de la escuela 24; las chicas Terrazzuolo, las Domínguez, las Tizzano, radiantes y de tez nácar que no suspiraban por él, que no era bien parecido, ni exitoso ni pudiente.

Por esas ironías de la vida fue él “el negro mota” el que a la vuelta de los años triunfó en la vida formando una hermosa fami­lia, digna y de provecho, concretando la fabulosa hazaña de ser enteramente feliz toda su vida, en circunstancias tan adversas. Vale decir que donde el negro entraba la tristeza huía derrotada y fue el negro quien iluminó las vidas ajenas con su alegría de hombre noble. Marcos Enrique Paganini, querido hermano, que fuiste el más bueno, el más querido y el más llorado, para vos la gloria de la felicidad y para mí toda la envidia. Noviembre 2005.
Héctor Acosta
Para el periódico BENALes, 22 de noviembre de 2005
Compilación Ch. Agnelli

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