LA PATAGONIA Y EL SABER DEL GAUCHO, PÁGINAS DE HUDSON


EL SABER DEL GAUCHO
"Los campesinos de Sudamérica creen que la lechosa exudación del sapo posée maravillosas propiedades medicinales. Es su único remedio contra el herpes, dolorosa y aún peligrosa enfermedad que los aqueja con frecuencia y para cuya curación aplican un sapo vivo sobre la parte afectada. Me atrevo a asegurar que los médicos que lean esto han de sonreir al enterarse de semejante procedimiento, pero, si no me equivoco, los doctos de pasados tiempos han reído a su vez ante el empleo de otros específicos utilizados por el vulgo, que hoy en día ocupan honoríficos lugares en la farmacopea, la pepsina, por ejemplo.
Hace mas de dos siglos, lo que en Sudamérica signifi­ca mucho tiempo, los gauchos tenian la costumbre de se­car y pulverizar la membrana que cubre el estómago del avestruz, para curar la mala digestión. Ese remedio goza todavía de popularidad. La ciencia. se ha puesto de parte de los gauchos y, actualmente, el boleador de avestruces obtiene doble ganancia, una es la que les proporcionan las plumas y otra la de los estómagos secados y pulverizados que remite a los boticarios de Buenos Aires. Sin embargo, antes se decía que comer estómago de avestruz para me­jorar la digestión era tan absurdo corno ingerir plumas de pájaros para poder volar."

ALLÁ ESTABA LA PATAGONIA

“... corrió la voz de que el barco había dejado de moverse y que estábamos clavados en la arena de la costa; aunque nada veíamos por la intensa oscuridad y yo tenía la impresición de que seguíamos avanzando rápidamente. El viento habia dejado de soplar y a través de las nubes que delante de nosotros se entreabrían con celeridad apareció para nuestro alborozo el primer resplandor del alba. Gradualmente la oscuridad se volvía menos intensa, sólo frente a nosotros quedaba una playa inmutable y negra corno una porción de las tinieblas que pocos minutos antes nos habían hecho confundir el cielo con el mar. Pero al aumentar la luz, comprobamos que se trataba de una hilera de montículos o médanos situados a muy pequeña distancia de la embarcación.
Realmente habiamos varado y aunque aquí el barco. estaba mas seguro que entre las puntiagudas rocas, la posición no dejaba de
ser peligrosa, de modo que inmediatamente resolví desembarcar. Otros tres pasajeros decidieron hacerme compañía, y como la marea estaba baja, calculando que el agua nos llegaría a la cintura, descendimos hasta el mar por medio de cuerdas, dirigiéndonos hacia la costa, a la que pronto llegamos. 
No tardamos en subir a los médanos para observar el panorama que ellos escondían. ¡La Patagonia estaba allí, por fin! ¡Cuán a menudo la había visto en mi imaginaciónl. Cuántas veces había deseado ardientemente visi­tar ese desierto solitario, no hollado por el hombre, para deseansar en la lejanía de su paz primitiva y desolada, apartado de la civilización! ¡Allí estaba, completamente abierto ante mis ojos, el desierto intacto, que despierta tan extraños sentimientos en nosotros; la antigua morada de los gigantes cuyas pisadas impresas en la playa asombraron a Magallanes y a su gente y le valieron el nombre de Patagonia!"
(Págs. 9 de “Días de ocio en la Patagonia
Marymar Ediciones - Buenos Aires 1975)

(Págs. 87 / 88 de “El naturalista en el Plata” 
Emeeé Editores - Buenos Aires. 1953)
Compilación Chalo Agnelli

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