OLOR
Antes su olor me encantaba. Siempre olía a limpio: a ducha,
a ropa limpia, a sudor fresco o a amor físico. A veces se ponía perfume, no sé
cuál, y también el olor del perfume era lo más fresco del mundo. Entre
aquellos olores frescos había otro, un olor denso, oscuro, áspero. Cuántas
veces la olisqueé como un animal curioso. Empezaba por el cuello y los hombros,
que olían a ducha, y aspiraba entre los pechos el olor de sudor fresco, que en
las axilas se mezclaba con el otro olor, el denso y oscuro. En la cintura y el
vientre aquel olor aparecía puro y sin mezcla, y entre las piernas con un toque
afrutado que me excitaba; también olfateaba las piernas y los pies, los
tobillos, en los que se perdía el olor denso, las corvas, donde aparecía de nuevo,
más ligero, el olor a sudor fresco, y los pies, que olían a jabón o a cuero o a
cansancio. La espalda y los brazos no tenían ningún olor especial; no olían a
nada, pero olían a ella. Y en las palmas de las manos se concentraba el olor
del día y el trabajo: la tinta de los billetes, el metal de la perforadora,
cebolla o pescado o grasa de freír, lejía o plancha caliente. Al lavarlas, las
manos ocultan todo eso al principio. Pero en realidad lo único que hace el
jabón es tapar los olores, que al cabo de un rato vuelven a estar ahí,
atenuados y fundidos en un único olor del día y del trabajo, de la tarde, del
regreso, de la casa reencontrada.
de "El lector" de Bernahard Schlik (Bielefeld, 1944)
Ed. Anagrama, Argentina, 2010
Pág. 183
Ilustración: cartel de la película dirigida por Stephen Daldry
Ilustración: cartel de la película dirigida por Stephen Daldry
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